martes, 18 de mayo de 2010

Un autogol a la vida

“Golazo, golazo…y gracias por el autogol”. Esas fueron las palabras con que la vida despidió a Andrés Escobar. Fueron las que eligió el asesino Humberto Muñoz Castro al ritmo de su calibre 38 mientras ejecutaba los 6 disparos. Tiempo después se supo que el homicida era chofer de Santiago Gallón Henao, un empresario que había perdido una suma importante de dinero en las apuestas como consecuencia de la temprana eliminación de Colombia en el Mundial de Estados Unidos.
El 5 de octubre de 2005 quedó en libertad condicional el autor de un crimen completamente irracional. Había sido condenado a 43 años y regresó a las calles tras cumplir una cuarta parte de su condena.
Aquella noche trágica del 2 de julio de 1994, Colombia se veía estremecida ante uno de los hechos más violentos relacionados al fútbol. La Selección que dirigía Francisco Maturana arribaba al Mundial de Estados Unidos 1994 como una de las candidatas, animada luego de una notable Eliminatoria. En el Mundial todo salió al revés: perdió 3-1 con Rumania, 2-1 con Estados Unidos y le ganó 2-0 a Suiza, aunque no alcanzó. Fue en el partido contra el combinado local donde Escobar marcó su destino. A los 35 minutos de la etapa inicial convirtió el autogol que lo condenó a la muerte.
De regreso en Colombia, mientras se seguía disputando el Mundial, Escobar pasaba un rato con amigos en un boliche de Medellín hasta que en el estacionamiento fue increpado por Muñoz Castro. Las vidas de Andrés Escobar y el malviviente se cruzaron en un momento brillante del futbolista: estaba a punto de casarse con su novia, Pamela Cascardo, “Pancho” Maturana lo había designado capitán de la Selección una vez que se retirara Carlos Valderrama, y faltaba un paso para recalar en AC Milán en reemplazo de Franco Baresi.
El año pasado, el escritor colombiano Ricardo Silva Romero lanzó al mercado la novela titulada “Autogol”, de editorial Alfaguara: un libro de 400 páginas donde el autor cuenta el triste final de la vida del defensor colombiano que simplemente cometió un error en un juego.

domingo, 9 de mayo de 2010

Dificultad para Oleg Salenko

De aquel récordman a éste que debe saldar deudas. Oleg Salenko, el recordado goleador ruso, se encuentra en una situación económica compleja y anunció que hay una posibilidad de vender su Botín de Oro. El ruso fue el máximo goleador del Mundial Estados Unidos 1994 con 6 tantos, igualado con el búlgaro Hristo Stoichkov. Además posee un récord en la historia de los mundiales: es el único jugador en marcar 5 goles en un partido. Fue en el 6-1 a Camerún por la primera ronda. Más allá de destacarse en ese Mundial, nunca pudo recuperar su nivel y se retiró en 2001, aquejado por una grave lesión en su rodilla derecha.
Al poco tiempo de terminada su carrera profesional, comenzó a participar en la selección rusa de fútbol playa, de la cual todavía participa, y a comentar partidos para una cadena televisiva ucraniana. Más cerca en el tiempo, decidió incursionar en el terreno de los negocios, pero todo se le derrumbó a razón de la crisis económica que azota al planeta desde el año 2008. Salenko admitió haber recibido una oferta de medio millón de dólares proveniente de los Emiratos Árabes, pero no confirmó su visto bueno a la propuesta. Las cosas no son como antes, la suerte le dio la espalda. Como última alternativa para resurgir económicamente, el goleador ruso venderá su trofeo más preciado, ese que prueba que alguna vez estuvo en la cima del fútbol.
Oleg Salenko embarcó su sueño futbolero allá por 1986 en el Zenit de Leningrado (hoy Zenit de San Petersburgo) donde jugó tres temporadas para pasar en 1989 al Dinamo de Kiev (en ese entonces perteneciente a la Unión Soviética). En el equipo ucraniano disputó cuatro temporadas que le valieron su traspaso al conjunto español Logroñés en 1992, en el cual permaneció hasta 1994, año de su consagración como goleador del Mundial. De allí recaló en Valencia ese mismo año y Glasgow Rangers de Escocia en 1995, ambos con poca suerte. Ya un poco alejado de su nivel superlativo, arribó al Istanbulspor de Turquía, un equipo de poco renombre. En 1998 sufrió la dura lesión en la rodilla derecha y nunca más pudo volver a recuperar sus momentos felices en el fútbol, aunque intentó en Córdoba de España (1999-2000) y Pogón Szczecin de Polonia (2000-2001), equipo en el que vistió la camiseta sólo una vez para finalizar su vertiginosa carrera ese mismo año.
En su cabeza vagarán los recuerdos de Estados Unidos, sus goles en el Dinamo de Kiev, sus días gloriosos en el Logroñés, pero ahora lo que queda es un momento poco deseable, en el que la única salvación es su logro más preciado.

martes, 4 de mayo de 2010

Hugo Morales, cuando el hombre todo lo puede

La gente vive en un frenesí incesante desde el momento que ingresa al estadio. Bloquea cualquier responsabilidad externa que lo haga pensar más allá de su espacio, que se reduce a un cuadrado verde y con dos arcos. Pero cuando la emoción y la solidaridad requieren involucramiento, salen de la locura futbolística para mostrar que después de todo son argentinos, y extenderle la mano al otro o simplemente brindarle un gesto de apoyo, es algo que nos distingue.
Así ocurrió con Hugo Morales, el habilidoso zurdo iniciado futbolísticamente en Huracán, pero que para 1998 se encontraba en Lanús y en el momento más duro de su vida. Uno de esos momentos en que las muestras de apoyo y la enorme fuerza de voluntad hacen resurgir a una persona de cualquier abismo y cachetear a la adversidad de turno. Le diagnosticaron cáncer, sin embargo lejos estuvo de bajar los brazos y entregarse. Varios dudaban de su continuidad en el fútbol, y hasta algunos aseguraron que era una enfermedad incurable. Permaneció 7 meses inactivo, durante los cuales se avocó exclusivamente a su tratamiento: “El doctor Mauro Orlando, el médico que dirigió todo el proceso, siempre me decía que me iba a recuperar y puse todo el esfuerzo para superar la enfermedad”, confesó en una entrevista con el diario Clarín.
Siempre creyó en volver, con la fe intacta. Pasaron por fin los 7 meses más angustiantes y tortuosos, y días previos al encuentro con San Lorenzo, el DT de Lanús, Mario Gómez, le dio a “Huguito” la noticia más feliz en mucho tiempo: iba a formar parte del banco de suplentes. El partido se jugó el miércoles 6 de mayo de 1998 en la cancha de Lanús, que peleaba el título junto a Vélez y Gimnasia y Esgrima La Plata; finalmente el premio mayor se lo llevó el equipo de Liniers que era dirigido por Marcelo Bielsa. Inexpugnable, el 1-1 se negaba a cambiar de rumbo. Por lo menos así lo creían 21 jugadores, porque Morales estaba totalmente convencido de que su equipo lo iba a ganar, y que el gol iba a ser suyo.
Ingresó a los 73 minutos bajo un recibimiento cargado de emoción y a los 92 tomó un rebote fuera del área y con un furibundo zurdazo colocó el 2-1 final. Se le habrán cruzado millones de cosas en la cabeza, quien sabe que. Lo único que le salió en ese instante fue correr desenfrenadamente y sacarse la camiseta. Fue un festejo conmovedor, alocado, todos lo fueron a abrazar porque en realidad, más importante que el triunfo, era la demostración de fortaleza del diez “granate”. Por un instante, la gente le hizo sentir que el calvario que había sufrido los últimos meses se había estremecido y huido de su vida, y en su lugar solo cabía la inmensa satisfacción de haber ganado la pelea más dura. Ni a los hinchas de San Lorenzo les importaba el resultado, porque entendieron que se trataba de algo más que fútbol, y lejos de sentirse obligados, se sumaron a la estruendosa ovación de un estadio que sólo entendía de admiración a un verdadero luchador.